Dos Valor de Ley
Para que te guste el western en estos tiempos has de ser un poco romántico. Así que, ¿hay algo más romántico, el día después de los Oscar de Hollywood, que hablar de la gran perdedora de esa ceremonia (10 nominaciones, 0 premios, de órdago)? Yo diría que no. Así que, aunque tengo otros post por completar para Aroma a western (Sin Perdón y El Dorado), voy a dedicar este post a las dos películas de Valor de Ley.
Dos por el precio de una, para que no se diga.
La película original (dirigida por Henri Hataway e interpretada por John Wayne -se llevó por esta su único Oscar y ya sabéis que siento debilidad por él– en 1969) es un gran western. No es quizá de mis favoritos, pero sí que es una película que mezcla el aroma crepuscular que el género estaba comenzando a tomar en aquellos tiempos con el del clasicismo de décadas anteriores. Está muy bien narrada y realizada, es efectiva y emotiva, y tiene ese punto de humor entrañable que, sin ir más lejos, daba a sus películas Howard Hawks. Y tiene un secuencia memorable que es esa cabalgada del Duke con las riendas en la boca y disparando revólver y Winchester (ni Jeff Bridges podría hacer esa virguería con el rifle, no me digáis).
En el apartado de actores todo lo devora John Wayne. Está como era él, efectivo y empático a más no poder, el soporta sobre sus espaldas toda la película. Quizá no fue su mejor interpretación, seguro, pero resulta uno de sus papeles más entrañables.
Aunque no soy muy amigo de remakes he de reconocer que el que han realizado los Coen este año me ha gustado. No tiene mala suerte este género con sus últimas versiones: El tren de las 3:10 con Bale y Crowe también me gustó.
Sobre esta nueva versión de Valor de ley hay que decir que es una actualización en toda regla de la película (en forma de interpretar, en ambientación más naturalista, una realización espectacular, más violencia y un toque de humor Coen…ese linchamiento del principio es tremendo). No hagáis caso cuando se hartan de repetir que no tiene nada que ver con la original. Mienten un poquillo, me parece. Las dos son muy fieles a la novela de Charles Portis en la que se basan.
Diría que todo está bastante parejo (haciendo una mala comparación, porque los medios y el momento de una y otra no tienen comparación). A nivel de interpretación, Jeff Bridges está fantástico, pero no logra dar ese toque empático a los Duke al personaje del comisario Rooster Cogburn. Sin embargo, el resto sí que creo que superan a los originales, ya sean por interpretación (en el caso de la soberbia Hailee Steinfield, que aguanta verdaderamente la película ella solita y que merecía haberse llevado un oscar a sus catorce añitos ) o el enfoque del papel (como en el caso de un divertido Matt Dammon como el ranger LaBeuf). En el caso de Josh Brolin, y mira que me gusta este tío, creo que ni su caracterización ni el enfoque del personaje logran a la altura del original Tom Chaney encarnado por Jeff Corey.
Me gustaría destacar la interpretación de Steinfield porque de verdad, deja a la altura del betún a la actriz que interpretó a Mattie en el 69 (Kim Darby) que a mi, al menos, me resultaba insoportable.
En lo que sí me parece evidentemente superior la película original a la nueva es en el desenlace. Primero, creo que el tiroteo final fue rodado con mucho más garbo y emoción (quizá la música del genio Elmer Bernstein ayuda). Después, en la cabalgada con la pequeña Mattie envenenada, los Coen se equivocan en obviar el paisaje natural que tan hermosamente habían mostrado en el resto del filme y hacerlo con un fondo falso con cielo estrellado casi sobrenatural -a mi me descolocó un poco, parecía un cuento-. Y por último en un prólogo, con Mattie de mayor, inexistente en la original y que fráncamente aporta poco. Con lo bien que lo dejó atado Hataway con aquel plano congelado de Duke saltando aquella valla a lomos de su caballo.
Aún así, las dos bastante recomendables, forasteros.
30 años sin el Duque
«¡Oh, joder, no puede ser! ¡John Wayne ha muerto! ¡John Wayne no puede morir!»
La frase (genial por cierto, que si la memoria no me falla era contestada con algo así como «los putos indios le habrán cogido») la decían unos mafiosos italoamericanos en la interesante Donnie Brasco. Porque sí, amigos, este blog se pone en plan remember porque hoy hace 30 años que nos dejó John Wayne…
Yo ni había nacido pero si tuviera que decir algún actor mítico probablemente el nombre artístico de Robert Marion Morrison me saldría como una bala de su Winchester. Era John Wayne, el Duque (nada que ver con el guaperas que puebla las empobrecidas pantallas catódicas españolas).
Wayne era un actor de los más grandes, igual no el mejor seguramente, pero era de esos que transmitía con sólo aparecer en pantalla: era puro magnetismo, puro carisma. ¿Definición de héroe? John Wayne. La mayoría de sus papeles eran heróicos, sin duda, aunque muy diferentes. Los que dicen que siempre hacíael mismo papel son esas personas que que ven a brochazos, sin matices. Eso es como decir que uno de sus directores fetiche (el gran maestro, John Ford) «sólo» era un director de western.
Hacía como nadie los papeles de héroe íntegro (Río Bravo), héroe atormentado (la maravillosa Centauros del Desierto, para mí una de las mejores películas de la Historia; o la estupenda Misión de Audaces), hombre normal (la maravillosa El hombre tranquilo) o héroe crepuscular (Valor de Ley).
Se le conoce por sus western y por su películas bélicas, pero él hizo películas de todo pelaje: comedias (Hatari), aventuras o dramas. Y, siendo sincero, como director no valía mucho, aunque a mi me encante El Álamo. En él se fijaron dos de los más grandes (y mejores) directores puramente americanos: John Ford y Howard Hawks.
A pesar de ser uno de los actores míticos de las décadas de los 40, 50 y 60, los premios se le hicieron de rogar. Estuvo nominado por Arenas Sangrientas y se lo llevó por la simpática Valor de Ley al final ya de su carrera, aunque desde luego no eran las mejores películas.
Cuando subió a recoger el Óscar afirmó que si lo hubiera sabido se habría puesto el parche treinta años antes (aquella era la primera interpretación en la que llevaba parche).
El actor se fue apagando con la edad y la enfermedad, pero su mito no. En aquella fabulosa última película, El último pistolero, en una bellísima metáfora quizá de él mismo, el anciano pistolero acudía al duelo final en tranvía.
En un blog que se llama Esto es el Oeste no podía faltar un recuerdo al mito que encarnó a El hombre que mató a Liberty Valance.
Ya no hay actores como él. No hubo ni hay ninguno al que le siente tan bien la camisa roja, el chaleco, el sombrero y el Winchester.
Va por tí, Duke.
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